martes, 10 de agosto de 2010

Phi

Mi escorpión Phi vive en la mesita de luz. En el cajón de arriba porque en el de abajo pongo el reloj y la calculadora y a él no le gustan los números ni el sonido de la maquinaria del tiempo. Eso lo deduje de su actitud evasiva, aunque podría tratarse del olor a perfume impregnado en la madera –producto de un accidente provocado por mi hermana mayor– lo que le disgusta. Ella suele revisar mis cajones buscando objetos desaparecidos y restos de zoologías que rescato de la calle.
Ignoro de qué se alimenta este escorpión y cuáles son sus costumbres, por lo que no llego a considerarlo una mascota. Debe ser muy independiente, y persistente, pues ha sobrevivido a los escobazos de mamá y varios ataques insecticidas. Cuando duermo pasea sobre mi cuerpo – tal vez lo sueño-, y a menudo pernocta bajo la almohada. Yo sé que está allí y no me molesta ni le temo.
Un día, al salir del colegio, olvidé la ventana abierta. Mi escorpión escapó al jardín y envenenó al jardinero, que estaba podando un rosal. El viejo creyó que lo había picado una espina, se frotó la herida y continuó su trabajo. A los pocos minutos estaba muerto. Phi se ocultó entre los pétalos de una enorme rosa china mientras la policía realizaba su investigación. Tuvo suerte, nadie lo pisó. Por la noche volvió a meterse en el cajón de la mesita de luz, bastante contrariado. Es como yo digo: odia los perfumes.

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