martes, 10 de agosto de 2010

Phi

Mi escorpión Phi vive en la mesita de luz. En el cajón de arriba porque en el de abajo pongo el reloj y la calculadora y a él no le gustan los números ni el sonido de la maquinaria del tiempo. Eso lo deduje de su actitud evasiva, aunque podría tratarse del olor a perfume impregnado en la madera –producto de un accidente provocado por mi hermana mayor– lo que le disgusta. Ella suele revisar mis cajones buscando objetos desaparecidos y restos de zoologías que rescato de la calle.
Ignoro de qué se alimenta este escorpión y cuáles son sus costumbres, por lo que no llego a considerarlo una mascota. Debe ser muy independiente, y persistente, pues ha sobrevivido a los escobazos de mamá y varios ataques insecticidas. Cuando duermo pasea sobre mi cuerpo – tal vez lo sueño-, y a menudo pernocta bajo la almohada. Yo sé que está allí y no me molesta ni le temo.
Un día, al salir del colegio, olvidé la ventana abierta. Mi escorpión escapó al jardín y envenenó al jardinero, que estaba podando un rosal. El viejo creyó que lo había picado una espina, se frotó la herida y continuó su trabajo. A los pocos minutos estaba muerto. Phi se ocultó entre los pétalos de una enorme rosa china mientras la policía realizaba su investigación. Tuvo suerte, nadie lo pisó. Por la noche volvió a meterse en el cajón de la mesita de luz, bastante contrariado. Es como yo digo: odia los perfumes.

Ellos

El bar está cerrado. Son las cuatro de la mañana. La ciudad parece sumida en su niebla nocturna, lo sabemos. Y esto hace que una busque refugio, una cama o un café. El buen whisky ayuda, recupera la garganta lijada por la vigilia y hace pensar en cosas improbables.
El bar está cerrado, pero esto no les impide entrar a Pedro y Leo, riendo. Son los dueños del lugar y también, hasta cierto punto, de mi vida.

LEO.- Pedro, te dije que lo sacaras a pasear, no que lo mataras.
PEDRO.- (Tropezando, casi ebrio) Vamos, brindemos.
LEO.- Esta no es manera de llevar un negocio.
PEDRO.- ¿Creés que no conozco la mierda con la que trato?
LEO.- ¿Arreglaste lo de Gisel?
PEDRO.- Está bien que cante. Me alegra.
LEO.- Te usa.
PEDRO.- Y yo a ella.
LEO.- Andá a jugar con la chica...Estamos viendo “Una noche bizarra”, con Pedro y Leo.
PEDRO.- Soy un gran artista. Un día todos lo sabrán.
LEO.- Andá. Yo me arreglo.
PEDRO.- Soy un elegido.
LEO.- Fuiste monaguillo. Eso te afectó.
PEDRO.- En ocho semanas todo puede cambiar, como en el aviso de detergente.
LEO.- ¿Qué?
PEDRO.- El aviso.
LEO.- ¿Qué querés decir?
PEDRO.- La chica. Ya no...
LEO.- ¿No qué?
PEDRO.- Tu cabeza tiene precio ¿Sabías? Todo bien, y de pronto te sale con una historia. Es duro, otra vez lo mismo.
LEO.- ¿Estás saliendo con alguien más?
PEDRO.- ¿Quién, yo? ¿Por qué debería ser yo quien..?
LEO.- Porque siempre es así.
PEDRO.- No lo es.
LEO.- Sí, es así.
PEDRO.- Te aprovechás porque no me acuerdo con precisión.
LEO.- Estás lavando plata, impreciso. Comprando dólares.
PEDRO.- No, qué decís. Hablemos de mujeres.
LEO.- Bueno, entonces andá a jugar con la chica.
PEDRO.- Ya no me apetece.
LEO.- Significa mucho para mí.
PEDRO.- ¡Pero por qué!
LEO.- Me dejarías más tranquilo. Ahora sé que andás en algo.
PEDRO.- Toda esa farsa es basura. Yo veo otras cosas en lo que veo, ¿entendés?
LEO.- ¿Es linda? La nueva.
PEDRO.- Oh, sí. Quizás lo intente.
LEO.- Decíselo, así se entera. Ellas quieren de la vida lo mismo que vos.
PEDRO.- Dije quizás. Me contengo.
LEO.- ¿Por qué?
PEDRO.- Dejo que continúe. Todo. Me detesto. No puedo dar todo. Y cuando por fin las encuentro tiradas en la cama, llorando, siento alivio.
LEO.- ¿Compraste dólares?
PEDRO.- Te devolveré todo.
LEO.- Mirá que te apago la luz, eh.
PEDRO.- Todavía tengo el control.
LEO.- ¿Encontraste algo interesante?
PEDRO.- Creí que deseabas hablar de minas.
LEO.- Yo no soy el evasivo. Calmate.
PEDRO.- Acepté una propuesta.
LEO.- Calmate. Ultimamente discutimos mucho, pero pongamos paños fríos, ¿sí? Las cartas sobre la mesa.
PEDRO.- ¿Justo vos me lo pedís? Confías más en esas putas que en mí.
LEO.- ¡No son putas!
PEDRO.- Vamos.
LEO.- ¡No, no lo son! ¿Qué clase de propuesta aceptaste?
PEDRO.- No fue nada.
LEO.- ¿Nada? ¿Estás comprando o no?
PEDRO.- Sí.
LEO.- Por lo menos, ¿Sabés cuál es su apellido?
PEDRO.- ¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio, una humillación privada?
LEO.- De acuerdo. Si querés hacerlo solo...
PEDRO.- No es nada grave.
LEO.- ¡Esto es estúpido!
PEDRO.- Estoy pensando en irme.
LEO.- No te veo pegado.
PEDRO.- Tomemos café.
LEO.- ¿Estás borracho?
PEDRO.- No.
LEO.- ¿Entonces qué pasó con ese tipo, ahí afuera?
PEDRO.- Nada, hizo un comentario.
LEO.- ¿Quién era?
PEDRO.- No sé.
---
LEO.- Ya no me respetás, Pedro.
PEDRO.- Mentira. Fui bueno. Voy a dejar algunas cosas.
LEO.- ¿Qué cosas?
PEDRO.- Que ya no quiero hacer.
LEO.- Parece que hubieras sufrido.
PEDRO.- Hay una gran distancia entre sentirse bien y hacer lo correcto.
LEO.- No me hagás reír.
PEDRO.- Es cierto, lavan dinero. Estoy colaborando.
LEO.- ¿Por qué me lo contás? ¿No te lo bancás solo? Y decís que te vas.
PEDRO.- Las cartas sobre la mesa. Es todo.
LEO.- El café está amargo. Alcanzame un pedazo de torta.
PEDRO.- ¿No podés agarrar?
LEO.- Ya que estás parado... Nunca te importó.
PEDRO.- Tomá la bandeja, cométela. (Pausa) Ella ya lo tiene todo. De la vida, lo tiene todo, ¿entendés?
LEO.- ¿Qué le hiciste creer?
PEDRO.- Con ella soy tal cual. Soy Pedro, así de simple.
LEO.- ¿De qué les hablás, que todo el mundo termina queriéndote?
PEDRO.- Ojo, yo no soy el único farsante acá.
LEO.- (Pausa) ¿Y dónde pensás ir?
PEDRO.- Todavía no sé. Es por un tiempo. Tengo que volver, después.
LEO.- ¿Esos tipos te apretaron?
PEDRO.- Te digo que son muchas cosas. No te metás.
LEO.- Ok. Supongamos que a tu regreso todos los problemas se hayan solucionado mágicamente. ¿Qué hacés?
PEDRO.- (Ensimismado) Voy a construir el edificio más alto de la ciudad.
LEO.- Ah, era eso.
PEDRO.- Compasivo. ¡Detesto ese tono compasivo!
LEO.- ¡Y yo detesto que digás detesto a cada rato! (Pausa) Entonces ya sé quién es la mina.
PEDRO. - Me voy.
LEO.- Pará. ¿Creés que te van a dejar ir así nomás? Estúpido, sentate y pensá, trabajá con esa cabeza.
PEDRO.- No, Leo. Viví hasta ahora sentado, pensando. No funcionó.
LEO.- ¡El edificio más alto! ¡Pelotudo! Usaste a la mujer para robar el proyecto.
PEDRO.- El plano era mío. En el fondo era mío...
LEO.- ¡Y estás lavando guita para construirlo!
Pedro.- Es tan fácil, Leo, una vez que te decidís...
LEO.- Estamos perdidos.
PEDRO.- Despreocupate, no te involucré a vos.
LEO.- ¿Qué significa eso, exactamente?
PEDRO.- No te meto, estás a salvo. Yo voy solo. Si algo sale mal, pago yo. (Pausa) Qué.
LEO.- (Agobiado) Una pregunta. ¿Te vas con ella?
PEDRO.- Ni loco. Le dije que viajaba al exterior, a un congreso.
LEO.- (Pausa) ¿Tuviste miedo?
PEDRO.- Son dos preguntas.
LEO.- Contestá.
PEDRO.-¿Qué pasa?¿Estamos en el programa “te cuento mi experiencia”? No me siento un delincuente, si querés saber. A veces hay una sola manera de hacer las cosas.
LEO.- Mal, por lo que veo. Reconozco que no somos santitos, pero...
PEDRO.- Loco, vos estás limpio.
LEO.- ¡Y eso qué mierda importa! ¿Si pasa algo creés que no me voy a meter? ¡Si estás vos, estoy yo! ¿Te das cuenta, imbécil?
PEDRO.- Así fue hasta ahora. Debe cambiar (Hace ademán de irse) Chau.
LEO.- ¡Pedro! Tomate ese café.
PEDRO.- Es tarde.
LEO.- ¡Tomá -ese- puto –café!
PEDRO.- No tuve miedo. Te contesto. Y no tengo miedo ahora.
LEO.- Pensás dejarme solo con todo, acá.
PEDRO.- (Se ríe) Oh, ahora soy un hombre útil. Quién lo hubiese imaginado.
LEO.- En este pequeño sistema que armamos sos una pieza necesaria. Nunca negué eso.
PEDRO.- Ok. (Se vuelve) Decime una cosa, Leo, ¿vos me querés?
LEO.- ¿Qué decís? Claro, te aprecio, somos amigos.
PEDRO.- Bueno, entonces prestame diez mil.
LEO.- ¿Para qué?
PEDRO.- No puedo decirlo. Tendrás que confiar.
LEO.- Ah, vos tendrás que confiar.
PEDRO.- ¡Vos!
LEO.- ¡Vos! ¡Yo pongo la plata!
PEDRO.- ¿Ves cómo funciona el sistema? Chau, hermanito.
LEO.- Esperá. Te doy.
PEDRO.- No, no. Era una prueba. Gracias igual.
LEO.- Te fue bien.
PEDRO.- ¿Qué?
LEO.- Estás envalentonado porque la jugaba te salió bien. Hasta ahora por lo menos.
PEDRO.- Deseame suerte.
LEO.- Siempre la tuviste.
PEDRO.- (Va a salir, pero se vuelve y lo abraza) ¡No puedo seguir, Leo, no puedo seguir!
LEO.- Te entiendo, Pedro, te entiendo.


Se fueron juntos. Yo salí de mi escondite bajo el mostrador, estiré las piernas y arqueé la espalda hacia atrás. Apagué la grabadora, ignorando si allí había datos como para darle crédito a mi vida. Me sentí mejor, el whisky había hecho su gestión. De pronto sentí alivio, esa ligereza mental (tal vez de la conciencia) y el cansancio físico sin embargo vigorizante posterior a los grandes momentos. Había tomado una decisión. Yo, Gisel, había tomado una decisión.

FIN